21 ene 2012

La fábula de los dos burros

No hace mucho tiempo atrás, cuando era más chamo que ahora e iba a la escuela, escuché por primera vez la fábula de Esopo acerca de un burro que llevaba en sus lomos una pesada carga de sacos llenos de sal y al pasar por un río, parte de esta se diluyó en el agua disminuyendo así el peso y alegrándole la vida al borrico en cuestión. Luego la tocó pasar el río pero ahora con una carga de esponjas, y el bendito cuadrúpedo cometió la burrada de pensar que se repetiría la historia de la sal, ahogándose inocentemente ya que el peso de su carga aumentó considerablemente al absorber las esponjas el agua. Pues buscando la moraleja de este relato me encontré que hay varias versiones, así como sus respectivas moralejas (¡que mollejas!); que si lo llevaba un mercader, que si eran dos burros, que si el protagonista tenía los ojos azules, etc. Por lo tanto os presento mi versión de los hechos aplicada al actuar acontecer de nuestra Venezuela y sin faltar por supuesto la necesaria reprimenda filosófico-moral (?) al final:

Pues resulta que el burro no era burro, sino burra y tenía una hermana mayor llamada Venecia. Era bastante ingenua ya que un individuo que presumía de ser su dueño tenía muchos años mortificándola haciéndole cargar con cualquier cosa que se le ocurriera. En este ir y venir de trece amargos y decepcionantes años, la hermanita menor de Venecia se vio obligada a cruzar corrientes de aguas tumultuosas, y aunque veía en esto gran riesgo para su integridad física se mantenía creyendo en las fantásticas historias que le contaba su arriero acerca de un fulano mar de absoluta felicidad donde no habían escualos y el cual iban a encontrar después de salvar el obstáculo que representaban estos ríos. Penuria tras calamidad pasaron bajo las pezuñas de la cegada borrica. Y en realidad sus pesadas alforjas se veían aliviadas mientras una y otra vez ayudaba a su jinete a cruzar las agresivas aguas, ya que este para darle ánimos cantaba sonoras coplas del recio llano, recitaba poemas, narraba increíbles historias de Marte, le echaba uno de vez en cuando (un chiste, estimados, un chiste) y matizaba con las infaltables bondades de la futura tierra prometida donde ella iba a ser la burra estrella en comparación a sus actuales congéneres. Pero, ¡Ay papá..! cuando terminaban de cruzar… allí empezaba el martirio para… como llamarla, vale… bueno, Venecita. Empezaba la paridera para Venecita: el tercio se olvidaba de ella y le añadía nuevas cargas una más extraña e inservible que la otra, y las ya existentes las atiborraba más y más. Hasta cargas destinadas a personajes allende los mares (llámese extranjeros) hubo de soportar Venecita: en el colmo de su delirio por seguir cabalgando en los lomos de Venecita de manera vitalicia, le compró a un chino que deambulaba “casualmente” por sus mismos caminos, una cadena de oro “mollejúa” dizque para la descendencia de la sometida burrita. Ahhhhh pero como decía Héctor, todo tiene su final y tantos años de llevar palo y pasar hambre pareja hicieron mella en el minúsculo cerebro del animal (Venecita, no el tipo). Entonces en un desenlace que para unos se veía venir “de anteojito” pues, y para otros fue algo tan inesperado como el cáncer a control remoto, en el preciso momento de cruzar ese último cauce de agua… Hay que dejar algo a la imaginación, al libre albedrío, a eso que llaman conciencia.


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